¡Cómo me gustan los castillos!
Desde muy pequeña, los castillos, las torres altas, las grandes piedras, han sido algo que ha llamado mi atención. Toda la historia que tienen acumuladas sus piedras, todo lo que te puedes imaginar de lo vivido allí a través de lo contado y de la imaginación que se dispara en ese lugar.
Los castillos son lugares con un encanto especial, que suelen gustar a pequeños y mayores.
Si me sigues, habrás comprobado que los castillos y lo medieval son una de mis pasiones. Algo ya he contado en el blog hablando del castillo de Manzanares el Real o el castillo de Loarre, en Huesca, o de las ruinas del castillo de La Pelegrina, en la provincia de Guadalajara, una zona que me vuelve loca. Pero seguro que esa lista va ampliándose 😉
En este caso, fuimos a un nuevo concepto de castillo para mi, un castillo templario. Repasando mentalmente, creo que no había estado en otro castillo templario. Pero pensaré más.

Tengo más pasiones olvidadas. El día que vuelva a fijarme en todo lo que huela a románico, llenaré todo esto de las encantadoras iglesias románicas que hay en muchas zonas 😉
Cada castillo es diferente. Desde los más pequeños a los enormes castillos, desde los mejor conservados a los que sólo quedan de ellos algunas ruinas, algunos con habitaciones vestidas y otros diáfano.
Todos los castillos tienen un encanto especial.
¿Me acompañas en la visita a Miravet?

La mejor vista que descubrimos del castillo fue desde una plataforma de madera situada en la parte inferior, a la entrada del pueblo.
Tener estas vistas al río Ebro con el curioso pueblo de Miravet detrás y su castillo templario en lo alto, es una verdadera maravilla. Los colores del Ebro son fantásticos. Es además un buen lugar para los aficionados al piragüismo, ya que desde allí mismo puedes iniciar el recorrido.
Nosotros aún no nos hemos iniciado en este deporte, pero son muchos los que apuntan a que es una gran actividad con peques. En el calendario de adviento viajero 2017, Mi familia viajera nos recomendó precisamente este plan con unas cuantas ideas de sitios ideales. Si te apetece investigar más sobre este tema, no dejes de visitar su blog o de leer el post que publicó: “una jornada de piragüismo en familia“.

Antes de subir al castillo, decidimos dar un paseo por el pueblo, que desde abajo se veía muy atractivo.
Pasamos primero por la oficina de turismo, que está al lado de la plaza del pueblo, y allí nos dieron un mapa con los principales puntos a conocer del pueblo. Y con mapa en mano, subimos por la calle que daba al casco antiguo.
Un pueblo construido sobre una montaña y con vistas al fondo del río, merece una visita por sus calles seguro que empinadas.
¡Menudas vistas chulas!

Suelo entrar a este tipo de pueblos con una ilusión tremenda, con cámara en mano y parando en cualquier pequeño detalle. ¿A ti también te ocurre? Este es el momento en que mi familia suele ir a lo suyo porque ya capta que es mi momento.
La subida por las calles empezó genial, con el Ebro a un lado con bastante caudal, algo muy diferente a otros lugares que mostraban una sequía evidente. Fuimos parando comentando con los enanos algunas cosas que nos encontramos en el camino.

Según avanzamos, aunque había detalles singulares, mi mirada se fue trasladando al estado de abandono y de suciedad en los edificios. Muchas casas estaban en estado de ruina o casi ruina, con fachadas con el ladrillo visto y acumulándose una capa grande de suciedad. En un principio mi mente estaba en la importancia de alguna normativa municipal en cuanto a fachadas, como ocurre en municipios como Pedraza. Pero el abandono llegaba a términos que parece tener que ver con responsabilidades municipales. Sólo hay que ver la suciedad que “adorna” a las farolas incrustadas a las casas. Es una pena transitar por un lugar tan curioso y encontrarlo en ese estado de abandono. Y digo yo, ¿cuesta tanto tener más en cuenta estos detalles?

Mientras yo andaba disgustada con el estado de cables por fuera, paredes que parecían que se iban a caer, telarañas con solera,… mis hijos disfrutaban como solo disfrutan los niños, creando su particular parque de juegos en cualquier lugar 😉. Sólo necesitaron una calle en cuesta, una gorra y un poco de aire: “A ver si logro que la gorra llegue hasta aquella puerta…” ;). Esa era la frase que yo oía de fondo.
Es impresionante lo que los niños te pueden enseñar, y la forma de vivir los sitios. Todo puede ser divertido.

En el pueblo descubrimos también entradas a calles tan curiosas como la de la foto. Un acceso nada fácil a las casas, ¿verdad? Como digo, un pueblo muy pintoresco.

Después nos dirigimos al coche para la subida al castillo que, como compruebas por las fotos, está a buena altura. Podíamos haber subido andando, pero el enano estaba bastante cansado y decidimos ponérnoslo más fácil a todos.
La visita al castillo es libre, así que la duración de la visita depende de cada uno, pero hazte a la idea de una hora más o menos. Para los adultos el coste es de 3,50€ y para los mayores de 8 años, 2,50€. Los menores de esa edad entran gratis.
Aunque el castillo tiene zonas muy bien conservadas y diferentes a otros castillos, sin duda lo más impresionante son las vistas.

Nos llamaron mucho la atención algunas estancias. La sala de la foto, llamada refectorio (o comedor común) es una sala que no he visitado en otros castillos. Parece que es muy típico en los castillos templarios.

Al peque le gustó el granero. Eso de que hubiera una especie de mesa con agujeros, le hizo muchísima gracia. Aunque él lo que quería era meterse dentro de los agujeros ;). Nos costó sacarle de allí…

La visita continúa por la estancia que se utilizaba como iglesia. Ir con niños a antiguas iglesias, superficies grandes, diáfanas, lo que invita es a inventar juegos. Ahí vino el primer “Mamá, ¿puedo hacer el pino?”.
Cuando estamos solos, y en una estancia de estas características, no veo demasiado problema en que haga el pino. No veo que esté haciendo nada malo. Pero había otras familias, y le pedimos que no hiciera el pino ahí. Nada más salir se hartó de hacerlo ;). Así son los niños…

Cuando yo salía encantada de mirar techos, arcos y todo lo que se me iba poniendo delante, mis hijos ya llevaban casi una hora de recorrido, y necesitaban jugar más y ver menos. Así que aprovechamos uno de los ventanales a la salida de la iglesia después de escuchar: “Mamá, ¿jugamos a Don Federico?”.
Y ahí me tenéis, en el fantástico castillo templario de Miravet, jugando a Don Federico.
Y, ¿por qué no? 😉

Viajar con niños implica moverte a varios ritmos. Los mayores podemos ir admirando detalles que a ellos les pasan desapercibidos, y ellos mostrarnos detalles que les parecen geniales y que ni siquiera les hemos dado importancia. Es una de las maravillas de descubrir sitios en familia.
Su necesidad de movimiento y de juego es muchísimo mayor que la nuestra. Por eso las visitas guiadas suelen ser complicadas con pequeños, y la forma de visitar el castillo de Miravet es estupenda con los enanos.
¿Conoces Miravet y su castillo?
¿Has visitado otros castillos templarios?